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El trabajo experimental del arte transgénico de Eduardo Kac convoca una reflexión múltiple que involucra un entramado complejo entre tecnología, ciencia y arte. Asimismo, su obra se inserta en una indagación acerca de las dimensiones filosóficas y políticas de los procesos de comunicación. Las diferencias a nivel discursivo entre estos ámbitos, han dado lugar a la creación de espacios delimitados y al establecimiento de un orden de jerarquías que los diferencian.
Su trabajo confluye en la articulación de un discurso sobre los cambios culturales y sociales que los avances científicos traen consigo en una sociedad fragmentada y tecnocrática como la actual, que en muchos aspectos podría definirse como "post-humana"1, un rasgo que la obra de Kac viene anticipando y explorando activamente desde sus inicios en la década de los años ‘80. El arte de Kac aparece tematizando, entre otras cuestiones, la actual disolución a priori entre los sujetos y los objetos, entre lo humano y lo no humano, entre el fetichismo de los artefactos y la reificación de lo humano. Podría pensarse con Virilio (1997) que el trabajo de Kac dialoga con una concepción del hombre como “fin del mundo” a diferencia de la vieja concepción antropocéntrica acuñada en la Modernidad: “hay que dejar de fantasear sobre el más allá del hombre con la biotecnología (…), no hay más allá del hombre” (1997:87), nos dice. La obra de Kac muestra y entrecruza los sistemas lingüísticos, los intercambios dialógicos y la comunicación entre especies, interesándose en los aspectos estéticos y sociales de la interacción verbal y no verbal, planteando formas alternativas de entender las implicaciones culturales de los fenómenos comunicativos. Este tipo de propuestas invitan a considerar tanto nuestra racionalidad lógica respecto de nuestro entorno actual como la pregunta por la estética, ambos partícipes clave en nuestros procesos cognitivos en tanto modelos de acción que dan sentido a un cierto tipo de experiencias. Una cuestión interesante de señalar respecto de ello es el modo en que se escenifican las transformaciones tecnológicas, los modos en que se incorpora “lo nuevo”.
La obra de arte GFP Bunny no es otra cosa que una coneja albina que al contacto con una luz ultravioleta se vuelve completamente verde fluorescente, incluso ojos y bigotes. Por supuesto el hallazgo no es el que determina su estética, es el proceso que comienza con la modificación genética de un embrión de conejo y culminó, hasta el momento, con un gran debate público sobre lo éticamente realizable y lo estéticamente factible o “válido”.
El origen del proyecto GFP Bunny comienza con un artículo publicado en 1998 en la revista del MIT, Leonardo2, bajo el título "Transgenic Art"; su manifiesto central plantea:
Alba, el nombre de la coneja, nació en abril de 2000 en el Institut National de la Recherche Agronomique en Jouy-en-Josas, Francia. El proyecto se concibió en tres fases, la primera era la exitosa implantación de la proteína verde fluorescente (procedente de una variedad de medusa) en el embrión, la segunda consistió en anunciar el nacimiento de Alba y generar una discusión en torno a las circunstancias particulares de su creación y la tercera, aún no llevada a cabo, involucraba el aspecto social donde la conejita sería criada como un animal doméstico dentro del seno de la familia Kac. Para él, el GFP Bunny no sólo implicaba crear un ser transgénico sino que la idea era convivir con ella y provocar un gran debate alrededor de su existencia. El debate se produjo (como puede apreciarse al visitar el foro de su página web)4, pero no la convivencia porque, asustados por las fuertes críticas que recibió el experimento, los responsables del centro francés en el que Alba fue creada se echaron atrás y no entregaron el animal a Kac, que quería llevárselo a Chicago y convertirlo en la mascota de su familia.
Así, el aporte de GFP Bunny no radica tanto en el carácter híbrido del proyecto, sino en la novedosa propuesta estética donde se interpela a la sociedad a participar en la reconsideración ética de situaciones nunca antes previstas como la creación de vida de un modo genéticamente manipulado por parte del ser humano. Mediante la polémica sobre si la conejita debiera permanecer como animal de laboratorio o incorporarse a la vida doméstica y su promoción a través de los medios, Eduardo Kac plantea una participación directa de la sociedad en temas que aparentemente le atañen a quien maneja cierto tipo de discurso. Según su planteo, para encarar el siglo XXI la ciencia debería de algún modo democratizarse tomando en cuenta los contextos político, social y cultural. Esto podría llevarse a cabo por medio de la reformulación del discurso y los rituales que la han acompañado desde el siglo XIX para permitir articular plenamente el goce del descubrimiento con la conciencia de que se movilizan cuestiones también emocionales y que la forma de comunicar la experiencia necesita asimismo ser parte de esa novedad. Sabemos que difícilmente esto ocurra como programa dentro de la ciencia, pero propuestas como la de Kac están colaborando con la creación de artefactos culturales capaces de constituirse como espacios de crítica (o al menos como ‘gestos de’) respecto de aquello que aparece de un modo tan poderoso y totalizante como el discurso de la ciencia. Desde el punto de vista del campo del arte, su trabajo se sitúa históricamente (en serie con otros desarrollos “transgénicos”, aunque no se denominaran así: las razas actuales de perros domésticos serían un ejemplo de ello). También se puede rastrear en este sentido, los aportes de las primeras vanguardias, como es el caso del futurismo y su sentido del arte como partícipe en el diálogo de ideas.
El discurso de lo transgénico
A través de un análisis discursivo del arte transgénico, específicamente las narraciones (Ricoeur, 2004), desplegadas a propósito del proyecto GFP Bunny, emerge una puesta en escena de la ciencia desde el arte, ya que en el caso de las obras de Kac, esta última actúa como condición de producción del modo en que se hacen inteligibles para los sujetos las problemáticas actuales de la biotecnología, la manipulación genética o la creación de formas vivientes. En este sentido, se trata de aquello que Vilém Flusser (1998)6 llama, la (re)aparición de la forma de arte más antigua, el ars vivendi, el arte de la vida o el saber cómo vivir. Así, el arte se está (re)conectando de algún modo con el sentido griego antiguo de tekhné. Si se atiende al acervo cultural de la antigüedad clásica, esa verdadera matriz cultural (pensada en términos modernos), donde el “hacer” se confundía con el sentido de poiesis, nos encontramos frente a ciertas reverberaciones de aquel pasado lejano que nos devuelve ecos que hacen sentido hoy, frente a estas nuevas interfaces. La técnica entendida así como arte, privilegia la habilidad creativa y el compromiso creador del hombre respecto de su entorno, de modo que si Kac ha logrado con su trabajo crear seres vivos “de un nuevo tipo”, para llamarlo de algún modo, su obra contribuye a la construcción de un nuevo paradigma en el campo de las artes al proponer una discusión acerca de la condición biológica humana desde una perspectiva de la comunicación. El arte transgénico es un modo de inscripción genético que a la vez está dentro y fuera del campo operativo de la biología molecular, negociando el terreno entre ciencia y cultura. Este tipo de arte podría aportar a la ciencia debates acerca de la dimensión comunicativa y relacional de su práctica.
Dice Kac7: “En lo que respecta al mundo del arte, el medio digital se ha convertido además esencialmente en un mecanismo de representación a través del texto, la imagen y el sonido. Pero a mí lo que me interesa es pasar de la representación a la presentación, que las creaciones salten de la pantalla al espacio físico (…) por ejemplo, en una obra anterior llamada "Génesis" creé en mi ordenador el modelo de una bacteria y se lo envié por correo electrónico a la compañía que la sintetizó, y ésta me la devolvió de manera física. Este salto de la pantalla al espacio físico me parece lo más radical, pasar del interés por reproducir la realidad a crear nuevas realidades. Yo quería saltar de la pantalla al espacio físico. Seguir utilizando los medios digitales, pero de una forma mas intensa, que estableciese una conexión entre lo físico y lo virtual, entre lo biológico y lo tecnológico. Pretendo crear un universo dinámico entre los dos para romper las fronteras y entrar en una nueva ecología. Me interesan los grandes problemas filosóficos que trascienden la especificidad de la tecnología, especialmente la cuestión de la comunicación (significado, posibilidades, límites, múltiples modalidades), la intersubjetividad y la interacción dialógica. Cuando surge una nueva tecnología y se aplica socialmente de algún modo, a menudo con fines industriales o transaccionales (negocios, comunicaciones), cambia la sociedad y la cultura. Al principio suele darse una resistencia general, pero décadas después se transforma en aceptación”.
El imaginario tecnológico que despliega el trabajo de Kac lleva a plantear la desaparición de la distancia material entre lo biológico y lo tecnológico: se asume la técnica como se ha asumido el lenguaje: como parte intrínseca del ser, que permite ser/comunicar en el mundo. Desde esta perspectiva, en las obras del arte transgénico se da una participación en lo visual a través de las interfaces humano-máquina (vale recordar que el propio artista lleva implantado en su tobillo un dispositivo de localización como los utilizados para rastrear ganado vía satétite). De esta manera, al abordar el mundo de la creación que utiliza los medios digitales y tecnológicos de interfaz no solo como herramientas o recursos sino como fuente y materia intrínseca, se constata el estrecho vínculo entre el fenómeno visual y la acción.
La dimensión lúdica
No hace falta una larga reflexión para constatar que el juego es el eslabón estratégico que une la acción y la interfaz (Giannetti, 2001). En el juego no hay finalidad, un “mas allá” que le sea propio. El hecho de actuar en el terreno de lo virtual de muchas expresiones artísticas (el “hacer de cuenta que”, o “como si”) produce una escisión con la realidad del entorno y además también posibilita crear realidades propias.
La relación entre arte y juego polariza en dos posiciones críticas: la primera de ellas entiende el juego como uno de los aspectos fenoménicos con los que el arte se expresa; la segunda concibe el arte como uno de los momentos de la actividad lúdica del sujeto. De todas formas, en ambos casos es tácito que ambas actividades se ejercitan por placer, como satisfacciones en sí mismas.